Una de las fotos nos lleva al 3 de junio de 1956. Lugar: el estadio de San Martín. Se inician las obras para completar la construcción de las tribunas populares y el acto es encabezado por el presidente del club, Luis Semrik. En su discurso destaca el esfuerzo y el trabajo de los anteriores miembros de la Comisión Directiva, agradeciendo a los socios el apoyo brindado en procura de ese gran objetivo que era reformar y ampliar La Ciudadela. Frente a Semrik se alinean autoridades provinciales -oficiales del Ejército, ya que al país lo gobernaba una dictadura- y un grupo de asociados. A nadie se le ocurrió mencionar a Evita en ese momento. De hecho, estaba prohibido hacerlo. Así, con el silencio, empezó a borrarse un episodio histórico. Porque ese estadio se llamaba “Eva Perón”.
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San Martín inauguró el estadio el 24 de marzo de 1932. Contaba con una tribuna de madera sobre la calle Pellegrini y otra de estructura metálica, la oficial, ocupando el lugar de la actual platea central. A medida que crecía la popularidad del equipo las instalaciones iban quedando chicas. Por eso, en abril de 1947 una comisión encabezada por el entonces presidente del club, Carlos Barthaburu, viajó a Buenos Aires a entrevistarse con el presidente Juan Domingo Perón. Le solicitaron una ayuda crediticia para remodelar el estadio.
“Venimos, señor Presidente y señores ministros, en demanda de tres millones de pesos, nada menos. Anhelamos levantar el estadio más grande de media República, y queremos que sea San Martín, el club que lleva el nombre del gran Capitán, el que realice esa aspiración gigantesca”, les dijo Barthaburu.
Los dirigentes volvieron entusiasmados, convencidos de que la gestión sería exitosa, y anunciaron el inminente inicio de las obras. Y algo más: con la anuencia de la Primera Dama, este nuevo estadio llevaría el nombre de Eva Duarte de Perón.
La iniciativa trunca
Aquí vale explicar el contexto histórico. En aquel tiempo, desde el Estado se promovía la exaltación de la figura de Perón y la de su esposa por medio de la designación, con sus nombres, de lugares públicos, ciudades, provincias, libros, escuelas, hospitales, instituciones deportivas. Esta política era aceptada por gran parte de la población, sobre todo por los sectores postergados, que a partir del peronismo emergían como actores sociales de peso.
Pero los años fueron pasando y el préstamo prometido por la Nación no llegaba. Perón atravesaba su segundo mandato, ya sin Evita, que había muerto en 1952. Entonces el 9 de abril de 1955 arribó a Tucumán el ministro de Obras Públicas, Roberto Dupeyron. Supervisó distintos trabajos y asistió a la colocación de la piedra basal en la cancha de San Martín. El sueño del nuevo estadio, alumbrado ocho años antes, comenzaba a realizarse.
Para este acto se había montado un gran escenario, de espaldas a la vieja tribuna metálica, adornado con los colores nacionales y con dos grandes rostros de Perón y Eva. Dupeyron fue recibido por el presidente Semrik, que había sucedido a Barthaburu, el interventor de la provincia José Humberto Martiarena -designado por el peronismo- y diversas autoridades. Había una invitada especial: Josefina de Castro, viuda de Romelio Castro, primer presidente de la institución.
Se hizo un minuto de silencio por la memoria de Evita, tras el anuncio de que el estadio llevaría su nombre. Semrik tomó la palabra y subrayó que el acto era un homenaje al presidente Perón por la admiración, el respeto y la gratitud que sentían hacia él. Evocó a Evita y aquella intervención en favor del préstamo, y concluyó entregándole al ministro nacional las credenciales como socio honorario del club.
Dupeyron se presentó como un soldado de Perón, dedicado a hacer obrar e inspeccionarlas. “El pueblo sabe seguir el ejemplo del Presidente de la Nación, que no solo es el primer trabajador, sino que también es el primer deportista de la Patria”, sostuvo. El acto finalizó cuando las autoridades firmaron un acta que se guardó en un tubo de metal y se enterró para ser rescatada por la posteridad. El público, en tanto, aclamaba los nombres de Perón y Evita.
Todo cambia
Pocos meses después, el 16 de septiembre, la Argentina sufría el tercer golpe de la historia. Los militares alineados en la autodenominada Revolución Libertadora aborrecían la figura de Eva Perón. Llegaron a secuestrar su cadáver, vejándolo durante varios días. Hay mucha bibliografía al respecto, incluyendo la gran novela de Tomás Eloy Martínez: “Santa Evita”.
En marzo de 1956, cuando al frente de la dictadura se encontraba el general Pedro Eugenio Aramburu, se puso en vigencia el decreto 4.161, por él firmado, cuyo propósito era “desperonizar” el país. Entre los objetivos de las Fuerzas Armadas se encontraba no sólo disolver el Partido Peronista, sino también erradicar la glorificación de las figuras de Perón y de Evita que desde el Estado se había promovido.
Se establecía la prohibición de mencionar a Perón y a su esposa. También quedaban prohibidos los símbolos, imágenes o expresiones referidas al peronismo. La violación del decreto imponía de 30 días a seis años de cárcel, multas millonarias y la clausura del negocio si el infractor era propietario de alguno.
El estadio de Ciudadela, llamado “Eva Perón”, perdió su nombre y pasó a denominarse, simplemente, estadio de San Martín. Para referirse públicamente a Perón había que hacerlo como “tirano depuesto” o “dictador prófugo”. Eso explica la omisión de Semrik en el discurso frente a los militares y simpatizantes de San Martín durante el acto de 1956.
Las nuevas obras consistían en la construcción de la tribuna de la calle Rondeau, de la platea baja y de los codos bajos, lo que en total otorgaba una capacidad para 12.000 espectadores. El estreno de esta remodelada Ciudadela se produjo con un memorable partido jugado contra Atlético Tucumán, que los “santos” ganaron 7 a 6. Encima de la platea colgaba un enorme cartel con la leyenda "Viejo rival amigo, salud".
En adelante
Tras el fin de la Revolución Libertadora se sucedieron fallidos intentos de gobiernos democráticos. En 1958, al llegar a la presidencia Arturo Frondizi dejó sin efecto el decreto 4.161, pero lo destituyeron en 1962 y la prohibición volvió a entrar en vigencia. Finalmente, en 1964, ejerciendo la presidencia el radical Arturo Illia, el decreto volvió a caer. Pero otra dictadura asaltó el poder en 1966, en este caso encarnada en el general Juan Carlos Onganía.
El tiempo y las vicisitudes políticas fueron pasando. Todavía quedaba en Argentina atravesar la noche más oscura antes de llegar al período democrático actual, que con aciertos y equivocaciones es el más extenso de nuestra historia moderna. Del decreto 4.161 queda el registro histórico, pero en algunos casos logró sostener su cometido. Un ejemplo es el estadio de San Martín, que nunca volvió a llamarse “Eva Perón”. (Texto en colaboración con Martín Berta)